viernes, 13 de agosto de 2010

Los cinco grandes de la Ciencia Ficción

La fantasía, que a veces es confundida con la ciencia-ficción, tiene una larga y refulgente historia ya que toda la ciencia-ficción es, en cierto modo, fantasía. Podemos trazar una gran fantasía literaria desde La Odisea de Hornero y, aún más allá, hasta las leyendas de los primeros capítulos de la Biblia, y todavía más allá hasta el cuento sumerio de Gilgamés, de aproximadamente 2800 años antes de Cristo.
La ciencia-ficción es la rama de la fantasía que basa las circunvoluciones de su argumento en los cambios del  nivel de la ciencia y la tecnología, y no pudo haber sido escrita de verdad sino hasta que el mundo se diera cuenta de que los avances científicos y tecnológicos estaban cambiando a la sociedad... es decir, no sino
hasta aproximadamente 1800, ya avanzada la Revolución Industrial.
Hay quienes piensan que la primera novela de verdadera ciencia-ficción fue Frankenstein, de Mary Shelley, publicada por primera vez en 1818 cuando la autora sólo tenía veintiún años de edad. Aunque se trata de una obra de juventud, el aspecto fundamental es que, para crear vida artificial, utiliza más la ciencia que la magia.
La siguió Edgar Alan Poe, quien ocasionalmente escribió ciencia-ficción pero que hoy en día es mejor recordado por sus cuentos de horror.
El verdadero fundador de la ciencia-ficción y el primero de mis cinco "Grandes" en este campo es, sin embargo, el francés Julio Verne. Fue el primero en dedicarse casi por completo a la ciencia-ficción, el primero en vivir bien gracias a su trabajo, y también el primero que llamó la atención del gran público hacia
este campo.
Verne era hijo de un abogado y se rebeló contra su padre al adoptar, deliberadamente, un estilo de vida diferente. Trató de escapar al mar, y los barcos siempre lo fascinaron. Intentó ser un escritor profesional y se
convirtió en un fracaso prolífico. Se convirtió en corredor de bolsa y no le gustó nada.
Finalmente en 1863, cuando tenía treinta y cinco años, al leer a Poe se inspiró para escribir un cuento de aventuras titulado "Cinco semanas en globo", que para su propia sorpresa tuvo un gran éxito. Esencialmente era una historia de viajes, pero inusitados. Verne inmediatamente se aprovechó de su éxito y escribió otras
novelas parecidas que llamó "Extraordinary Voyages", en las que llevaba a sus personajes al centro de la
Tierra, al fondo del mar en submarino, a la Luna, a los lejanos confines del Sistema Solar al subirse a un
cometa, y así. Su mayor éxito fue menos extraordinario que cualquiera de estos ejemplos, porque tan sólo trataba de la circunnavegación del globo terrestre: Around the world in eighty days.
Verne procuró dar un trato meticuloso a las bases científicas de sus escritos. Aunque a veces se equivocaba (como cuando pensó que era posible disparar un vehículo al espacio por medio de un cañón gigante sin matar instantáneamente a los tripulantes) impregnó sus libros con una atmósfera de realidad.
Con Verne, la ciencia-ficción se convirtió en una rama reconocida de la literatura. Su popularidad se extendió al mundo occidental de tal forma que mi padre lo leyó en ruso y, treinta años después y ocho mil kilómetros al occidente, yo lo leí en lengua inglesa. Lo leemos con la misma avidez y nuestros gustos por la ciencia-ficción tan sólo convergen en su trabajo.
Sin embargo, Verne siempre tuvo por lo menos un pie (a veces los dos) firmemente apoyado en la Tierra. No utilizó ninguna maravilla e hizo su mejor esfuerzo para aferrarse tanto como fuera posible a lo que ya se sabía.
La ciencia-ficción, si iba a avanzar, tendría que liberarse de estas cadenas; su imaginación tendría que remontarse a otras alturas. Así llegamos al segundo de nuestros cinco Grandes: el escritor inglés Herbert
George Wells.
Wells, como Verne, nació en una familia de la clase media, pero más bien tirando a baja. Wells era hijo de un tendero que se había casado con una sirvienta doméstica. Una vez más como Verne, los primeros años de Wells se presentan como una letanía de fracasos. Estaba resentido por su bajo nivel en el sistema social inglés de castas de la épica victoriana, por lo que apoyó firmemente al socialismo. Tuvo una escolaridad deficiente que él mismo superó por medio de un ambicioso programa autodidacto. No tenía una buena salud ni fue feliz en su matrimonio (sin embargo, llevó una turbulenta vida sexual).
Finalmente, inspirado en Verne, del mismo modo que éste había sido inspirado por Poe, Wells escribió un libro de un nuevo tipo en 1895, cuando tenía veintinueve años. Fue The Time Machine, Para sorpresa del propio Wells fue un gran éxito. En cierto modo parecía que estaba siguiendo los pasos de Verne, porque The
Time Machine era un cuento de viajes; pero había una diferencia. Se trataba de un viaje al futuro. No usaba
ninguna tecnología conocida ni contemporánea con mejoras mínimas. Se arrojaba a lo desconocido describiendo algo que era muy diferente a cualquier cosa existente. Wells había escrito la primera historia de viajes a través del tiempo (no se trataba del yanqui de Connecticut de Mark Twain, que se iba al pasado después de un golpe en la cabeza; el héroe de Wells se desplazaba a voluntad a través del tiempo con una
máquina... como si estuviera conduciendo una locomotora hacia uno u otro sentido sobre las vías).
Siguieron otros libros y cuentos. The island of Dr. Moreau, publicada en 1896, fue un cuento de cambio biológico. The Invisible Man (1897) es uno de sus cuentos más notables. Después, en 1898, presentó el libro
que ejerció más influencia, The War of the Worlds, que describía la primera historia de una invasión extraterrestre y de guerra interplanetaria.
Cuando escribió su historia de un viaje a la Luna (como todos los primeros escritores de ciencia-ficción)
no utilizó cohetes ni cañones, sino un escudo de gravedad.
El uso libre que hizo Wells de sus ideas logró rápidamente que fuera más popular que el ya anciano Verne, quien reaccionó con amargura. Verne indicó que sus cañones sí existían, en tanto que el escudo de gravedad de Wells no. Pero, por supuesto, precisamente ese fue el punto a favor de Wells. Después de 1900 recurrió
cada vez más a la ficción de la principal corriente de éxito, y su Outline of History, publicada en 1920, fue uno de los libros más vendidos. Aún ahora, casi un siglo después de The invisible man, constituye su obra de
ciencia-ficción por la que más se le conoce y recuerda. Es muy probable que haya sido el escritor de  ciencia ficción que más influencia haya ejercido.
Según fue avanzando el siglo veinte parecía que no surgiría nadie que pudiera reemplazar a Verne y Wells, pero en 1926 apareció en el escenario un nuevo fenómeno: una revista, Amazing Stories, dedicada nada más
a la ciencia-ficción. Hasta entonces, este género era de la jurisdicción de algún escritor ocasional, pero ahora
existía una salida que permitía que los principiantes probaran sus alas (aunque casi sin pago, sin duda).
Por supuesto que no hubo resultados inmediatos. Durante los primeros años de su existencia, Amazing Stories tenía que llenar casi todas sus páginas con reimpresiones de Poe, Verne, Wells, y algunos otros
menos brillantes. Entonces se presentó el tercero de los Grandes de la ciencia-ficción, Edward Elmer Smith.
Smith había escrito una novela llamada The Skylark of Space casi al mismo tiempo que obtenía su doctorado en química alimenticia (de tal forma que, cuando por fin aparecieron sus cuentos, siempre lo hacían bajo el nombre de "Dr. E. E. Smith"), pero no podían aparecer en ningún lugar porque sus escritos eran torpes, los argumentos demasiado exagerados y, para comenzar, no había mercado para esas cosas. Sin embargo, Amazing Stories fue hecha por cosas como esta, y el mercado encontró a su hombre cuando en 1928 apareció en sus páginas The Skylark of Space. En esa época Smith tenía treinta y ocho años. Los lectores estallaron de alegría. Y la ciencia-ficción de revista, al tener su primera "superestrella", dejó de ser un fenómeno pasajero. Había llegado para quedarse.
El argumento de Smith fue el primero que presentó los vuelos interestelares. Tenía "superciencia", "superarmas" y "superhéroes". Era una "historia del salvaje oeste" con naves espaciales y disparadores. Tenía
un argumento rápido con las armas, además de ensanchable, que estableció la tradición de la "ópera espacial"
(en analogía a la "ópera a caballo", como se conoce a los westerns).
Smith siguió escribiendo sus óperas del espacio, aumentando cada vez más el alcance y frenesí de la acción, y comenzó a ser imitado por otros hasta que todo el subgénero comenzó a hundirse y cuartearse bajo su propio peso. Sin embargo, Smith había establecido un aire de optimismo en la ciencia-ficción, un sentimiento de que los seres humanos podrían enfrentarse a la vastedad del universo sin miedo, para después llegar a dominarlo. Este sentimiento iba a caracterizar particularmente a la ciencia-ficción durante una generación.
En cierto sentido, Smith transportó la agitación de Wells hasta el último extremo, pero al precio de abandonar por completo la realidad, a lo que contribuyó su imperfecta prosa.
Así, el escenario estaba preparado para el cuarto de los Grandes de la ciencia-ficción, Stanley Grauman
Weinbaum, quien era diez años menor que Smith. Se trataba de un ingeniero químico que, como Verne, Wells y Smith, se había dedicado a escribir desde joven y que, al principio, no había tenido éxito alguno.
Después de 1930 Amazing Stories dejó de ser la única en el campo. Otras revistas ingresaron a lo que
Smith había hecho crecer, y en 1934 Weinbaum vendió "A Martian Odyssey" a Wonder Stories, la última de
las tres revistas que se publicaban. En esa época tenía treinta y cuatro años de edad.
"A Martian Odyssey" estaba a una escala menor que cualquier cosa que hubieran escrito Smith o sus imitadores; tan sólo se trataba de un reporte de la primera expedición humana a Marte. Sin embargo, en
comparación con la ópera del espacio, estaba escrita en una forma clara y realista, en la que no había nada
altisonante.
Aún más, Weinbaum trabajó para describir a Marte con sensatez. Hasta entonces, generalmente las criaturas extraterrestres habían sido villanos superinteligentes, o bestias supertemibles, siempre enormes amenazas a las que era necesario matar en grande. Weinbaum presentó a un cautivador marciano tan inteligente como cualquier ser humano, pero su inteligencia no era del mismo estilo. Esta criatura se robó el espectáculo. Weinbaum también describió otras formas de vida marciana, cada una de ellas fascinante y sensata a su propia manera.
En mi opinión, Weinbaum fue el mejor escritor de ciencia-ficción desde Wells, y los lectores respondieron encantados con su estilo. Rápidamente escribió otros cuentos que aceptó Astounding Stories, que ya era la revista líder en el campo, y durante año y medio generalmente se reconoció que era el escritor más popular
(y también el mejor) de este campo.
Pero tan sólo durante año y medio. Hacia el final de 1935 Weinbaum, que tenía treinta y seis años, murió
de cáncer. Nunca sabremos hasta dónde pudo haber hecho llegar este campo.
Pero entonces llegó el quinto Grande de la ciencia-ficción. En cierto modo significó más que todos los demás. Hasta entonces los Grandes habían llegado inopinadamente y trabajando solos, pero John Wood Campbell terminó con esto.
Diez años menor que Weinbaum, Campbell había estudiado física en el Instituto de Tecnología de Massachusetts y Duke. A diferencia de los otros Grandes, el escritor tuvo éxito desde el principio. "When the
atoms failed", su primer cuento publicado, apareció en 1930 en Amazing Stories cuando tan sólo tenía veinte
años de edad. En pocos años desde entonces se ganó rápidamente la reputación de escritor de óperas del espacio, que tan sólo era superado por Smith. En 1934, con la publicación de su cuento "Twilight" —bajo el pseudónimo de Don A. Stuart— comenzó a ganar una segunda reputación como escritor de cuentos más sutiles y emocionales.
Sin embargo, su verdadera carrera comenzó en 1938 cuando, a los veintiocho años de edad, llegó a ser director de Astounding Stories, cuyo nombre cambió rápidamente al de Astounding Science Fiction.
Como director de la revista líder en el mundo dentro del campo, adquirió mucha fuerza y comenzó a usarla, inexorablemente, para rehacer a la ciencia-ficción y dirigirla hacia donde él creía que debía ir. No nada más quería aventuras. No quería óperas del espacio (aunque siguió publicando a Smith).
Quería cuentos que trataran con las cuidadosas extrapolaciones de la ciencia y la ingeniería. Quería personajes que, si eran científicos e ingenieros, actuaran y pensaran como tales. Pugnó por lo que ahora recibe el nombre de "ciencia-ficción sólida", en la que el autor no hace lo que quiere con los principios científicos.
En pocas palabras, Verne estableció el campo, Wells añadió ideas, Smith agregó un optimismo desenfrenado, Weinbaum sumó la razón y Campbell añadió respetabilidad científica.
Campbell hizo todavía más. Con sufrimiento infinito cultivó a los nuevos autores que él suponía que prometían, les daba ideas, analizaba sus esfuerzos, los alentaba a volver a intentar, hasta que reunió a su
alrededor una sorprendente colección de excelentes escritores jóvenes que dominaron en el campo durante una generación. De hecho, tres de ellos han estado activos durante casi medio siglo, y todavía se les conoce
como "Los tres Grandes": Robert Heinlein (quien murió en 1988), Arthur C. Clarke y su seguro servidor.
El éxito de Campbell logró que la ciencia-ficción se extendiera en todas direcciones una vez que se terminó la Segunda Guerra Mundial. Se multiplicó el número de escritores y el de revistas. La ciencia-ficción
comenzó a aparecer encuadernada en tela y a la rústica, publicada por las editoriales importantes, y después
apareció en las listas de los libros más vendidos. La ciencia-ficción también comenzó a hacer apariciones impresionantes en cine y televisión. Y la mayor de todas las maravillas (para alguien como yo, que comenzó
hace medio siglo) fue: los escritores de ciencia-ficción comenzaron a ganar fortunas con sus escritos.
Desde Campbell el campo se ha agrandado demasiado para poder ser dominado por una sola persona. Ahora existen docenas de "grandes", pero ningún "Grande". Esta es la medida de lo que los cinco Grandes
han hecho para el campo.

Isaac Asimov
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